Las Vegas era un organismo vivo que respiraba neón, sudor y deseo. En el corazón de "Elysium", el club más exclusivo de la ciudad, Ivanka intentaba ahogar sus demonios en un mar de martinis y cuerpos anónimos.
Llevaba treinta días sumergida en este ritual autodestructivo: despertar al mediodía con resaca y vacío, tragar pastillas moradas para matar los temblores, vestirse de armadura negra; hoy un vestido de cuero que se ceñía como una segunda piel, revelador y letal, y perderse en la masa pulsante de la noche hasta que el alcohol o las drogas borraran los bordes afilados de la realidad.
Deseando que borrarán a Gianni que debía estar continuando su vida en algún lugar. Lejos de Anna, quien patinaba bajo los focos de un entrenamiento privado, su sonrisa triunfal captada por cámaras. Se Gregory y su triunfo sobre silenció.
En ese momento nada de eso importaba. Era parte de otro mundo, de otra Ivanka.
Mientras ahora ella bailaba. O eso creía. Sus movimientos eran fluidos, herederos de la