La residencia del coronel Marcus Hale no era una fortaleza. Era un lujoso apartamento en un edificio de alta seguridad en el corazón de lo que había sido el distrito diplomático, ahora un barrio fantasma bajo el toque de queda militar. Las luces de la ciudad, apagadas por el conflicto, dejaban solo la tenue iluminación de las estrellas y los lejanos incendios filtrándose por los ventanales panorámicos.
La entrada fue un relámpago de violencia silenciosa y eficiencia. Serguéi, convertido en una sombra de músculo y determinación, destrozó la cerradura de alta tecnología con una herramienta hidráulica que apenas emitió un chasquido sordo.
Los hombres de Ivanka, boyeviki endurecidos y ex pandilleros de la Marea Roja ahora fanatizados, se desplegaron como espectros por las habitaciones oscuras. No hubo gritos de advertencia, solo el roce de las botas sobre la moqueta gruesa y el sonido metálico de los seguros de las armas siendo desactivados.
Encuentran al coronel Hale en su dormitorio, pr