El despacho se tensó como un campo de batalla. Viktor desenfundó su arma con lentitud calculada, su voz forzando una calma que no sentía:
— No conoces la crudeza de este mundo, Ivanka. No como yo.
Ivanka mantuvo su arma firme, una sonrisa fría en sus labios:
— Comienzo a conocerla, hermano. Me forjo en tu mismo infierno. Y no renunciaré a lo que es mío.
Los seguros de ambas armas saltaron. Serguéi y Gianni, alerta, evaluaban cada movimiento. César contuvo el aliento.
Ivanka desafió el cañón de Viktor con una pregunta demoledora:
— ¿Qué le dirás a tu hijo cuando pregunte por su madre? ¿Qué torturaste a una prisionera mientras Hale despedazaba a Stlevana?
Un destello de dolor cruzó el rostro de Viktor antes de endurecerse:
— Si entrego a Coleman, Hale creerá que me quebrantó. Los Vory me devorarán. Sería rendirme.
Ivanka lo despreció:
— ¡Ya deben estarlo haciendo! Moscú arde, el control se desvanece... y tú, el heredero, no tienes coraje para recuperarlo. Pareces un espejismo de poder.