La mesa del comedor era un océano de madera pulida bajo la tenue luz de una lámpara colgante. En la cabecera, Salvatore era un faro de autoridad silenciosa, sus ojos grises escudriñando el espacio con la intensidad de un halcón. A su derecha, Gabrielle se hundió en su silla con una familiaridad desgarbada, el ceño ligeramente fruncido. A la izquierda, Gianni se sentó con una rigidez que delataba su incomodidad en aquel escenario doméstico y opulento. El silencio era tan denso que se podía cortar con el cuchillo de carne que descansaba junto al plato de Salvatore. Fue roto por una pregunta sincronizada, surgida de ambos lados de la mesa al mismo tiempo.
— ¿E Ivanka? — preguntaron Gianni y Gabrielle, sus voces fusionándose en una sola inquietud.
Thiago, que se acomodaba en un extremo de la mesa, alzó las manos en un gesto apaciguador.
— Fui a buscarla. Ya estaba dormida. Profundamente. Mejor no despertarla.
El silencio volvió a caer, más pesado que antes. Solo el tenue tic-tac de un rel