El spa estaba en silencio.
Eran casi las once de la noche, y Aitana se había quedado para terminar de organizar unas fichas de clientas y hacer inventario. No lo necesitaba, no realmente, pero no quería irse a casa. No todavía. El sonido del reloj de pared marcó la hora con su tic metálico. Afuera, la ciudad dormía. Adentro, solo el leve zumbido de los difusores de aroma, y la luz tenue que caía sobre las estaciones vacías. Estaba agachada, buscando una caja de toallas desechables bajo su mesa de manicura, cuando escuchó la puerta del fondo abrirse. Se incorporó con el ceño fruncido. -¿Laura? -llamó, pensando que alguna compañera se habría olvidado algo. Pero no fue Laura. Era él. Iker. Otra vez. De pie, parado junto a la puerta, con esa expresión que ya no sabía si era culpa o deseo. Esa mezcla que la confundía. Que la rompía. Aitana no dijo nada. Solo lo miró. -No vine a discutir -dijo él, la voz más baja que de costumbre-. So