Emma y Daniela retomaron su trabajo en cuanto Salvatore se retiró del salón. El ambiente se había tornado más tranquilo, aunque en el aire aún flotaba una ligera carga que Emma no lograba identificar del todo. Volvieron a medir paredes, a debatir sobre paletas de colores y texturas, y a hacer anotaciones rápidas en los planos que llevaban.
Pasaron al comedor, donde la luz natural entraba por grandes ventanales cubiertos de visillos suaves, y ahí, entre una discusión sobre si usar mármol o madera envejecida, Daniela bajó un poco la voz y se inclinó hacia Emma con una media sonrisa traviesa.
—¿Te diste cuenta, verdad? —murmuró mientras fingía revisar unas fotos de inspiración en su carpeta.
Emma la miró, confundida—. ¿De qué hablas?
—Del dueño —respondió Daniela con tono divertido—. L