La niebla se deslizaba entre los árboles como si escuchara cada palabra. Damián permanecía firme, pero dentro de él, algo se agitaba. Había enfrentado demonios mayores, había caído al infierno y sobrevivido… pero lo que Salvatore acababa de decir lo desarmaba en un nivel más íntimo.

—Sé que se dirigen a la casa de la bruja —dijo Salvatore, sin rodeos, sin siquiera mirarlo directamente, como si ya supiera la respuesta que obtendrían allí—. Pero no encontrarás lo que esperas, Damián. Las respuestas… no te gustarán.

—Eso no te importa —respondió Damián con los dientes apretados—. No tienes idea de lo que estoy dispuesto a hacer por ella.

Salvatore lo miró con esos ojos grises, inhumanos, que no parpadeaban ni vacilaban.

—Claro que lo sé. Por eso estoy aquí.

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