Las brasas del infierno ardían bajo sus pies, pero no era el calor lo que hacía sudar a Kael. El demonio avanzaba a paso firme por los pasillos de piedra negra, flanqueado por estatuas torcidas y gárgolas que parecían respirar. Llegó al umbral donde Damián se recuperaba, una cámara oscura iluminada apenas por fuego azul. El aire se sentía denso, saturado de poder contenido.
Damián estaba sentado sobre una gran piedra, con el torso desnudo, aún marcado por las heridas recientes de la batalla. Aunque su cuerpo se regeneraba con rapidez, sus ojos no tenían el brillo desafiante de siempre. Estaban nublados, ausentes.
—¡Damián! —la voz de Kael lo alcanzó justo antes de que cruzara una de las puertas hacia las cámaras de curación.
El demonio se dio la vuelta lentamente, el brillo rojo de sus ojos oscuros brillando con más intensidad. Ya no