5 - Conoce al señor Buentipo

Por suerte la familia Gonzaga me llamó para ir a cuidar a sus niños por la noche. Me agrada ser niñera, me gustan los niños y los Gonzaga son maravillosos. Los gemelos tenían 2 años y medio y eran muy divertidos, todavía olían como bebés y se portaban tan bien que a veces me sorprendía que me pagaran para cuidarlos.

La señora Gonzaga es muy amable, siempre deja comida lista para mí y me insiste para que no haga ninguna tarea de la casa, pero siempre hago pequeñas cosas para ayudarla, sé que nunca tiene tiempo porque ella y su marido trabajan muchas horas y no me cuesta nada doblar la ropa cuando los niños están entretenidos o trapear la cocina o acomodar los trastes en la alacena.

Después de bañar a los niños y acostarlos a dormir me senté a comer lo que me había dejado la señora Gonzaga: pollo con verduras que estaba delicioso. 

Había ignorado a Natalia todo el día, tenía muchos mensajes de ella sin leer, y así pensaba seguir al menos un día más. Pero tenía un mensaje de un número desconocido. 

Lo abrí con curiosidad.

Era una foto del Charmander de Gabrio, sentado en la cama donde lo había dejado con la leyenda: “Dice que quiere vivir contigo” 

¿Cómo había conseguido mi número? 

Lo dejé en visto para revisar los mensajes de Natalia, seguramente ella tenía algo que ver, y no estaba errada, Gabrio se lo había pedido a Román, que se lo había pedido a Natalia y ella se lo había dado, convencida de que tenía un pretendiente. Me fastidié, todavía más con Natalia, ¿cómo se atrevía a darle mi número a un desconocido? 

Guardé el teléfono en la cartera y chocó contra algo que hizo ruido. Metí la mano y encontré la pipa de vidrio que a Gabrio se le había caído en la fiesta.

¡Dios! ¿Cómo estaba con eso en la cartera mientras cuidaba niños? Me sentí culpable. Volví a meter la pipa en la cartera, pero me sentí ansiosa, ¿y si alguien la descubría? ¿Y si la encontraba la señora Gonzaga? Vi mi vida destruida por esa pipa del demonio que ni siquiera me pertenecía. 

Me enojé con Gabrio de antemano. No quería a un adicto en mi vida.

Estuve todo el día siguiente nerviosa, no quería tener esa pipa en mi poder, así que aproveché que tenía el número de Gabrio para escribirle.

— Tengo tu pipa, necesito devolverla lo antes posible. — Escribí, nerviosa

Tardó al menos una hora en ver el mensaje y responder.

— Pensé que la había perdido. Voy a tu casa a buscarla.

Quería venir y yo no quería que supiera donde vivía. No quería tenerlo cerca.

— No, yo te la llevo. 

Aceptó mi propuesta y me dijo que pasara cuando quisiera. Así que mentí en mi casa que iba a cuidar a los gemelos Gonzaga y salí. 

Tomé el bus y caminé unas cuantas cuadras para llegar a la casa de Gabrio. Caminando de día podía apreciar la hermosa zona residencial en donde él vivía, todas las casas eran hermosas y reflejaban el alto nivel adquisitivo de sus dueños.

Le escribí cuando estuve en la puerta, pero antes de que respondiera el portón se abrió suavemente para mí.

Entré tímidamente, en realidad no quería estar ahí. Emilia regaba las plantas con una enorme manguera y al verme me saludó con calidez.

—  Gabrio está en su habitación, dijo que subieras. 

No quería entrar a la casa, pero me prometí a mí misma dejarle su bendita pipa e irme de ahí para siempre.

Entré a la casa que olía a narcisos, la luz natural se colaba por los ventanales y todo era en tonos grises, blancos y celestes. Qué buen gusto tenían. Subí las escaleras, sabía el camino hasta la habitación de Gabrio y ahí toqué la puerta. La voz de Gabrio me dijo que entrara y obedecí.

Estaba sentado en el escritorio, en la computadora, pero en cuanto entré dejó de hacer lo que estaba haciendo, se sacó los auriculares y apagó el monitor antes de saludarme.

—  ¿Estás enojada?  — Me preguntó tan directamente que me sorprendí. Sí lo estaba pero que lo haya notado me hizo ablandar.

— ¿Por qué le pediste mi número a Román? — Empecé, pero más que enojada soné suplicante. 

Se encogió de hombros.

—  Quería tener tu contacto. —  Sonaba sincero, en realidad, yo sabía que no había segundas intenciones, no sé porqué estaba tan molesta con algo tan superficial... — También quería pedirte las fotos que me sacaste, las de la mariposa…

Lo había olvidado, había olvidado por completo esas fotos. Saqué el celular del bolso y le pasé las dos fotos a su contacto. Su celular vibró en el escritorio y él lo miró antes de volver su mirada hacia mí, que revolvía en mi cartera por la pipa, estaba apunto de arrojar todo el contenido de mi bolso sobre la cama hasta que mis dedos la tocaron entre mis cosas. Le devolví la pipa y me sentí en paz.

— Es medicinal — Me dijo con la pipa en la mano llena de cicatrices pálidas de diversos tamaños que relucían ante la poca luz.

—  Sí, claro…  — repliqué, sarcástica, y rodé los ojos para demostrarle que no le creía.

Me sonrió y se señaló el ojo derecho.

— Soy prácticamente ciego de este ojo. Fumo como terapia alternativa, aparte de la medicación.

Se alzó el párpado caído y me invitó a ver. 

Me acerqué, todo estaba muy oscuro en la habitación, sólo una luz anaranjada brillaba en el escritorio. Me incliné para verle el ojo, debajo de su párpado una pupila completamente dilatada y deformada destellaba como con una vía láctea.

Me alejé inmediatamente, impresionada.

— El izquierdo no está mal, pero nada me asegura que no le pase lo mismo que al derecho. — Aclaró, resignado

—  ¿No ves nada?  — Pregunté, me temblaban las rodillas así que me senté en la cama.

—  Con el derecho solamente veo sombras. — Se tapó el ojo izquierdo. — Y algunos colores, los rojos, naranjas y algunos amarillos… es como un atardecer constante. — Se destapó el ojo izquierdo y se inclinó en la silla para que el respaldo bajara.  — Antes veía el verde, ahora ya no.

Sentí pena por él. Recordé el sticker de discapacidad de su auto y supe que era por su problema visual. 

Golpearon la puerta y Gabrio invitó a pasar a quien sea que estuviera del otro lado. Era su madre, que asomó la cabeza y preguntó si me quedaba a cenar.

— Tengo que volver a mi casa. — dije como disculpándome.

— ¿Segura? Vamos a cenar ravioli con salsa bolognesa. 

Emilia era tan amable que dudé.

—  Voy a tratar de convencerla para que se quede. — Le dijo Gabrio a su madre y se fue contenta. Gabrio me miró y agregó: — No voy a obligarte, solamente me gustaría que te quedaras. Mi mamá cree que soy un inadaptado social, se está esforzando en retenerte.

Me reí de lo último. 

En realidad no tenía apuro y después de todo ¿qué iba a comer en mi casa? comida recalentada si tenía suerte. Acepté quedarme y me sonrió.

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