El sol de la tarde, un disco ardiente que se hundía lentamente en el horizonte, pintaba el vasto océano Pacífico con destellos de oro, naranja y púrpura. Cada ola que rompía en la orilla era una pincelada de luz, un lienzo dinámico que reflejaba la inmensidad del tiempo y de todo lo que vivieron. El aire salobre, fresco y familiar, soplaba suavemente desde el mar, trayendo consigo el aroma de la sal y la promesa de la noche, jugando con las canas esparcidas en el cabello antes oscuro de Jade.
Cincuenta años habían transcurrido desde la última boda con Hywell, un lapso de tiempo que había esculpido nuevas líneas en su rostro y manos, testimonios silenciosos de una vida plena y vivida con una intensidad que pocos conocían.
Sentada en una silla de madera frente al mar, con una manta de lana suave cubriendo sus rodillas, un regalo de Lucy que la protegía de la brisa vespertina, contemplaba las olas que se deshacían en la orilla, cada una trayendo y llevándose consigo los ecos de innumerab