La decisión de aceptar la cita con Robert Blackwood había dejado a Jade con una inquietud persistente. Había accedido solo por las respuestas, por la necesidad de comprender un pasado que la había marcado tan profundamente. Sin embargo, una parte de ella temía lo que él pudiera decir, y lo que pudiera pedir.
El día de la cita, Jade se vistió con algo sencillo, pero elegante, un vestido ligero que le permitía sentirse cómoda y, a la vez, distante de la Jade sexosa que Robert conoció. No quería dar pie a malinterpretaciones. Robert la recogió puntualmente en la casa de su padre, su rostro aún llevaba la marca de la preocupación, pero había una chispa de esperanza en sus ojos.
—Gracias por venir, Jade —dijo Robert, su voz suave, mientras le abría la puerta del auto, un vehículo diferente al que solía usar, más discreto—. Significa mucho para mí.
Jade asintió, su expresión neutral.
—Dije que hablaríamos. Nada más.
Robert condujo hasta un restaurante exclusivo en las afueras de la ciudad,