El mundo de Jade se detuvo.
Las palabras de Mr. Corbin la golpearon como un puñetazo en el estómago, vaciándola de aire, de toda esperanza. La verdad, cruda y asquerosa, se reveló ante sus ojos, confirmando su peor pesadilla. Robert, su supuesto salvador, su protector, el hombre que le prometió libertad, la había entregado. Compartirla. Como un objeto, una posesión, una pieza de carne.
Un grito mudo quedó atrapado en su garganta. Sus ojos, fijos en Mr. Corbin, luego en Robert, se llenaron de una rabia helada que rápidamente se transformó en un incendio furioso. La cara de Robert estaba pálida, sus ojos suplicantes, pero su vergüenza no era suficiente para apaciguar el tornado que se desataba en Jade.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué dijiste?! —La voz de Jade, al principio un susurro incrédulo, se alzó en un estallido. Sus manos temblaban, apoyadas en la mesa, lista para volcarla—. ¡¿Que me vas a compartir?! ¡¿Tú, Robert?! ¡¿Con este... este cerdo?!
Mr. Corbin se recostó en su silla, una sonrisa de sufi