La tarjeta negra en su mano era un pase a un mundo de lujo sin límites, un preludio a la cena con Hywell que prometía ser tanto intrigante como peligrosa, pero excesivamente excitante.
La aprobación de su padre, aunque teñida de preocupación, le había dado a Jade la libertad para explorar este nuevo camino. No amaba a Hywell con la pasión ciega que una vez sintió, pero la curiosidad por su "nueva" forma de ser y el innegable magnetismo que ejercía sobre ella eran demasiado fuertes para ignorarlos.
De inmediato, con la luz brillante del sol de Los Ángeles, Jade se aventuró a las calles de boutiques más caras. Las avenidas bordeadas de palmeras y los escaparates deslumbrantes eran un telón de fondo familiar para su misión. Detrás de ella, discreto, pero siempre presente, iba uno de los hombres de Hywell, un escolta silencioso que la seguía a una distancia prudente, un recordatorio constante de la vigilancia y el poder que la rodeaban.
Su objetivo era un vestido exuberante, sensual, atre