23. Confesiones inesperadas
Alessandro
El apartamento de Mateo estaba exactamente como lo recordaba desde antes de que nos fuéramos a Londres: desordenado. Pero como él decía, lo encontraba todo.
Cuando toqué la puerta cerca de las once, mi mejor amigo me abrió como si hubiera estado esperándome.
—Tienes cara de funeral —dijo, haciéndose a un lado para dejarme entrar—. ¿Qué pasó?
Me dejé caer en el mismo sofá que había presenciado tantas confesiones a lo largo de los años. Tenía razón al no querer mudarse cuando se lo propuse al volver. Estaba bien ubicado y era espacioso.
—Bebe —ordenó, poniendo una copa de Barolo en mi mano—. Y empieza por el principio.
Le relaté lo esencial: Valentino con Zoe, Roxana descubriéndolos, mi intervención. Omití deliberadamente mis reacciones, la forma en que ella se quebró entre mis brazos. Él arqueó las cejas mientras se dirigía a la cocina.
—Vaya, al fin alguien los pilló —comentó, regresando con dos copas de vino tinto—. ¿Cómo se lo tomó ella?
—Mal. Muy mal.
—Me imagino. —Se se