La noche previa al amanecer no fue de descanso, sino de una febril y silenciosa preparación. La aldea Yuu Nahual, que durante semanas había sido una prisión asediada, se convirtió en el campamento de un ejército unido. Las hogueras ardían con fuerza, no para dar calor, sino para que los guerreros pudieran ver los rostros de sus nuevos hermanos de armas.
El aire estaba cargado con la energía de dos pueblos muy diferentes. Los Yuu Nahual, más delgados y nerviosos, se movían con la eficiencia silenciosa de los cazadores, sus ojos aún marcados por el hambre y la desesperación. Los guerreros Jaguar, por otro lado, eran una fuerza de la naturaleza. Eran más grandes, más ruidosos, su confianza bordeaba la arrogancia. Afilaban sus mazas de sílex y comparaban cicatrices de batallas pasadas, ansiosos por la sangre que la mañana prometía.