El amanecer no trajo luz, sino una neblina gris y fría que se aferraba al suelo como un sudario. Era un escenario perfecto para la desesperación.
El primer grito de guerra de los Yuu Nahual fue lastimero, el aullido de animales acorralados. La puerta de la empalizada se abrió de golpe y cincuenta guerreros, liderados por Itzli, salieron en una carga caótica y desorganizada. Corrieron hacia el campamento de losKoo Yasi, una turba hambrienta lanzando un ataque suicida.
Ocotl, observando desde el centro de su campamento, sonrió con desprecio. Era exactamente lo que esperaba. La moral de los ratones finalmente se había quebrado.
“¡Acaben con ellos!“, rugió. “¡No dejen a ninguno en pie!“.
El grueso de su ejército, cientos de guerreros serpiente, se movilizó para