Los días se arrastraban en la aldea Yuu Nahual, cada uno una copia gris y hambrienta del anterior. El pozo les daba agua, pero el maíz no se reponía. Las raciones se habían reducido a un puñado de granos por persona al día. Los niños ya no corrían; se sentaban en silencio, sus ojos grandes y tristes en rostros demacrados. El collar de fuego de losKoo Yasiseguía ardiendo cada noche, un recordatorio constante de su prisión.
La fe en Nayra seguía siendo el pilar que sostenía a la tribu, pero incluso los pilares más fuertes se agrietan bajo suficiente presión. Los murmullos habían regresado. No de traición, sino de desesperación. La incursión nocturna había sido una gran victoria, pero no había llenado sus estómagos.
Nayra sentía el peso de cada mirada. Pasa