La procesión ascendió por la montaña en un silencio tenso. Ix-Kuk lideraba el camino, su espalda ancha y rígida. Detrás de él, Balam caminaba con una calma deliberada, flanqueado por dos guardias jaguar que lo observaban como si pudiera explotar en cualquier momento. Un séquito de los mejores guerreros de Ix-Kuk los seguía, sus rostros una mezcla de escepticismo y curiosidad morbosa.
Llegaron a una amplia meseta azotada por el viento, un lugar desolado salpicado de rocas gigantescas, moldeadas por siglos de erosión. El aire era tan fino que dolía respirar.
Ix-Kuk se detuvo y se giró, su brazo barriendo la desolación. “Elige tu escenario, hombre del norte”.
Balam no examinó el terreno. Su mirada se posó en Ix-Kuk. “Usted elija el objetivo, señor del Jaguar. Para que no