El viaje fue una prueba silenciosa. Durante cinco días, Balam y sus dos compañeros, K’an y Ch’ak, se movieron a través de un territorio hostil que habría sido una tumba para hombres menores. Evitaron las patrullas de losKoo Yasimoviéndose solo de noche, orientándose por las estrellas que Nayra les había enseñado a leer de una manera nueva y más precisa. Comían lo que la selva les ofrecía en silencio: larvas, raíces y pequeños lagartos que atrapaban con una velocidad cegadora. No eran solo guerreros; eran depredadores, y la selva era su dominio.
La pequeña esfera de arcilla, la “semilla de trueno”, iba envuelta en varias capas de piel y guardada en el centro del zurrón de Balam. Su peso era insignificante, pero la responsabilidad que conllevaba era más pesada que cualquier roca. Era la palabra de s