El grito de júbilo de los Yuu Nahual murió tan rápido como había nacido, ahogado por el silencio que lo siguió. El júbilo fue reemplazado por la cruda realidad del campo de batalla. El olor a ozono de las "semillas de trueno" se mezclaba ahora con el aroma cobrizo de la sangre. En el claro yacían los cuerpos de los guerreros Koo Yasi, algunos muertos por las flechas, otros retorciéndose en el fondo de las trampas. Y más allá, profanando la tierra sagrada, yacía el cuerpo mutilado de Axayacatl.
La victoria tenía un sabor amargo, y olía a muerte.
"¡El trabajo no ha terminado!", la voz de Nayra, fría y autoritaria, rompió el estupor de la tribu. "Reparen la empalizada. Dupliquen la vigilancia. Traigan a nuestros muertos a casa y quemen a los suyos. No dejaremos carroña para las bestias. No les mostraremos esa falta de respeto".
Sus órdenes eran precisas, pragmáticas, carentes de cualquier emoción. Itzli, sacudiendo la cabeza como para despejar los ecos de la explosión, transmitió las órd