Él me ayudó a bajar del coche con cuidado, con la mano firme en mi cintura para sujetarme. El frío de la noche golpeaba la piel descubierta, pero el calor del asiento del coche aún se pegaba a mí, un contraste raro que me dejó más mareada de lo que debería.
— Gracias por la ayuda… ya puedes irte, ¿vale? — dije, intentando sonar convincente. Quería estar sola, respirar un poco.
Él me miró con una expresión que no supe descifrar al principio. Parecía que cada músculo de su rostro estaba luchando por no ceder.
— No puedo — respondió seco, pero con la voz baja.
Solté una risita nerviosa, intentando quitarle peso a la situación.
— Venga ya, Christian. Te juro que estoy bien, puedo subir sola.
Él no se movió ni un centímetro. De pronto, todo lo que quería era convencer a ese hombre de que me diera espacio y, al mismo tiempo, no conseguía pensar en nada más que en el alivio que sentía cuando él se quedaba.
— Ariel, si me voy y te dejo sola aquí, te juro… que voy a ir detrás de Thomaz. Y no v