La rutina había vuelto a la normalidad: Alicia disfrutaba de su luna de miel en las Maldivas y Christian y yo estábamos centrados en los preparativos de nuestra boda. No entendía cómo el tiempo estaba pasando tan rápido; sentía que había tantísimas cosas por hacer antes de que el bebé llegara. Teníamos claro que queríamos casarnos antes de su nacimiento, una manera de empezar nuestra familia de forma sólida y oficial.
Estaba en mi despacho, respirando hondo para intentar controlar las náuseas que venían y se iban en oleadas. El embarazo me estaba dando más guerra de lo que imaginaba, pero la ideia de que nuestro hijo venía en camino me daba fuerzas. Intentaba concentrarme en los detalles de la boda, pero la presión de tantas responsabilidades y el malestar no ajudaban en nada.
De repente, llamaron a la puerta, y antes de que eu pudiera decir nada, Christian entró con esa sonrisa suya que siempre conseguía hacerme sentir que todo iba a salir bien. Cerró la puerta tras él, como hacía si