Ben volvió como media hora después, sujetando una bolsita de farmacia con la emoción de un crío con un regalo de Navidad. Me entregó el test, y sentí como si el peso del mundo entero estuviera entre mis manos.
—Respira hondo —dijo, dándome una palmada en el hombro—. Venga, vamos.
Asentí y entré en el baño de mi despacho, con el corazón a mil. Tenía las manos temblorosas mientras abría el envoltorio y seguía las instrucciones. Cuando terminé, dejé el test sobre el lavabo y salí para esperar con Ben. Él ya estaba mordiéndose las uñas y caminando de un lado a otro de la sala.
—¿Cuánto tarda? —preguntó, impaciente.
—Dos minutos —respondí, sentándome en el sofá e intentando calmarme.
Dos minutos nunca parecieron tan largos. Mi corazón golpeaba fuerte en mi pecho mientras miraba a Ben, que había dejado de caminar y estaba a mi lado, con los ojos fijos en la puerta del baño.
—Venga, ya debe estar —dijo, cogiéndome de la mano.
Entramos juntos y nos plantamos frente al test sobre el lavabo. Mi