Max soltó un suspiro profundo y dio un trago a su café antes de pasarse la mano por la cara, ocultándola por un momento. Cuando por fin habló, su voz venía cargada de frustración.
— Los dos acabamos liándonos.
No me sorprendió; una parte de mí ya lo sospechaba. Max continuó, con la mirada perdida en algún punto de la mesa.
— Dos días antes de que llegaras, mamá tuvo una recaída. Pensé que iba a morirse, Ariel. Me quedé completamente en shock y me puse a beber. Ayla apareció y no dejó que bebiera mucho. Me llevó a su piso, me dejó ducharme y descansar. Hablamos… recordamos cosas del pasado y… cuando me di cuenta, ya la tenía entre mis brazos.
Soltó un sonido frustrado, negando con la cabeza.
— Me siento fatal. Ella tiene novio y yo… yo estoy prometido. Fecha marcada y todo.
Miré a mi hermano, viendo el conflicto en sus ojos. Estiré la mano y toqué la suya, intentando ofrecerle algo de consuelo.
— Has sido un cabrón por ponerle los cuernos a Kaline —dije sin rodeos—. Pero tienes que ser