Durante el trayecto, el silencio entre nosotros era cómodo, una especie de entendimiento mutuo de que, en ese momento, no hacían falta palabras.
Cuando llegamos al hospital, el ambiente estaba cargado con ese olor a desinfectante que nunca desaparece, mezclado con el ir y venir constante de pacientes y médicos.
Me sentía tensa, pero decidida a estar al lado de Christian, a demostrarle que estaba allí, preparada para luchar a su lado, igual que él había luchado por mí.
Nada más entrar en la sala de espera, vi a Alicia, que nos saludó con un leve gesto de cabeza. Sus ojos seguían rojos de tanto llorar.
Se acercó, me dio un abrazo rápido y luego miró a Max.
—¿Alguna novedad? —pregunté, notando mi propia voz temblar un poco.
—Aún no —respondió Alicia—. Pero el doctor Lionnes dijo que pronto deberíamos saber algo. Él es fuerte, Ariel. Va a salir de esta.
Asentí, intentando agarrarme a esas palabras.
La espera en el hospital era angustiosa. Sentada junto a Alicia y Max, hacía un esfuerzo en