Me siento en la cama en actitud de observador. La mujer hermosa que se me había acercado tenía una figura esbelta y un largo y sedoso cabello. Se veía que había venido dispuesta a disfrutar del sexo. Sus pezones ya estaban duros y podría jurar, sin necesidad de tocarla, que estaba toda mojada por la forma lujuriosa en que miraba a los dos hombres y a mí.
La otra se me acercó; era pelinegra, de ojos azules. Me ofreció una copa que acepté, pero solo humedecí mis labios. Romina se me acercó en ropa interior, arrodillándose delante y pretendiendo abrir mi pantalón. Sin embargo, la detuve. Le hice una señal al otro hombre para que la subiera en la mesa y la amarrara. —¡Amor, no me hagas esto, por favor! No lo hagas, yo solamente he estado contigo! —gritó ella, aun haciéndose la cauta. Hice señas a la otra mujer para q