Seguimos avanzando, escondiéndonos por entre la maleza. Nos detenemos al ver la sombra de un hombre que corre y se esconde, al igual que nosotros. Nos damos cuenta de que es a él a quien persiguen. El hombre nos ve y nos apunta; nosotros hacemos lo mismo.
El tiempo pareció detenerse. El instante en que nuestros ojos se cruzaron con los del hombre fue eterno. Tenía el rostro cubierto por una bufanda negra, pero sus ojos reflejaban más que miedo y, por alguna razón, una pizca de reconocimiento. —Baja el arma —ordené con firmeza, sin soltar la pistola. Al acercarse más y vernos bien, él bajó el arma y levantó su mano derecha, mostrando una marca negra en la palma. —¿Eres Gerónimo? —preguntó acercándose sigilosamente. Cristal, como siempre, mantuvo su postura; su pistola apuntaba directamente al pecho