Estaba muy feliz de haber recuperado nuestra intimidad. Aunque aún le dolía la costilla, mi Cielo, de a poco, había recuperado las ganas de vivir. Ambos sufrimos la pérdida del bebé, pero nos teníamos, y el gran amor que sentíamos el uno por el otro hacía que, poco a poco, fuéramos sanando. Este lugar, lejos de todo, era el ideal para nuestras almas heridas.
Hoy estamos en una colina cerca de una montaña, después de haber practicado el tiro al blanco, lo cual me alegra al ver lo hábil que se ha puesto mi esposa. Pero a ella le admira mi increíble habilidad en el disparo, y le encanta retarme. Para darle gusto, le sigo en todo lo que se le ocurre.—¡Suéltame, suéltame, amor, eso no se vale! —ríe Cristal, tratando de escapar de los besos de Gerónimo, que también ríe feliz.—Me lo prometiste: que si le daba a la flor