La luz tenue de la lámpara sobre el escritorio apenas ilumina las carpetas y documentos esparcidos. Gerónimo. Ese nombre resalta una y otra vez.
—Colombo, ¿dónde está Gerónimo ahora mismo? —repite Enzo con una tensión palpable en su voz. Sus ojos, llenos de desesperación y dudas, me perforan. Sabe que la respuesta puede significar el inicio de algo irreversible. —Se fue a la cabaña en el bosque con su esposa —respondo y pregunto de inmediato—: ¿por qué? —Corre un tremendo peligro —dice mostrándome unos resultados que yo no entiendo—. Mira lo que ese loco había descubierto en la sangre de Gerónimo, y lo aisló. —Enzo, soy policía, no doctor —le recuerdo muy serio—. Explícame qué quiere decir eso. Me acerco lentamente a lo que trata de mo