No pasa mucho tiempo antes de que lo vea entrando, cargando su inseparable maletín, tan grande que parece una extensión de su brazo. La preocupación y la curiosidad dibujadas en su rostro son una combinación peligrosa cuando se trata de alguien como él.
—¿Qué es, Colombo? ¿Cuál es la urgencia? —pregunta, soltando el maletín. —Ven conmigo, hermano, y lo sabrás —le pido, y comienzo a andar hacia el sótano. Bajo de nuevo al laboratorio, seguido por Rossi. Abro la puerta y lo dejo pasar. Tiene que sostenerse para no caer mientras exclama: —¡Por Dios, Colombo, esto no puede ser cierto! —¿Ahora entiendes mi urgencia? —pregunto, caminando de un lado a otro. —¡Dios, Dios, esto no puede ser verdad! —repite, pálido como un papel, incapaz de apartar sus ojos de