Siento como si alguien me tuviera agarrado el corazón y me lo apretara sin dejarlo latir. Miro la horrible puerta que me separa de mi Cielo, caigo de rodillas pidiéndole a Dios que salve a mi mujer, el amor de mi vida. Si lo hace, si no se la lleva, prometo cuidarla y nunca más dejar que nada malo le pase. Me arrepiento de todo lo que haya hecho, Señor, pero, por favor, perdóname y no te lleves a mi Cielo. Ruego y ruego sin parar.
—Vamos, mi hermano, ponte de pie. No le va a pasar nada a Cristal. Dios es grande, ya verás —insiste mi hermano, rezando a la par de mí—. Ven, siéntate aquí, toma un poco de agua. Vamos, Gerónimo, no sé el dolor tan grande que debes estar sintiendo. Solo lo comparo con el que sentí el día que me enteré de que tenía a Gianni y lo había perdido. Pero me quedaba la esperanza de encontrarlo. Así que no sé nada de