Y sin más, el tío Rossi nos deja allí, mirándonos consternados. Mamá viene y me abraza fuerte, igual que mi hermano. Incluso mis abuelos, junto al tío, me abrazan, y de pronto me siento vacío y aterrorizado ante la posibilidad de perder a mi Cielo. Es como si me hubieran arrancado el corazón. Escucho a papá que llama al tío Enzo, quien, por suerte, ya venía. Me observa, me da una palmada en la espalda y, sin decir nada, entra al salón.
Trato de llamar a mi suegro, pero mis manos tiemblan tanto que apenas puedo sostener el teléfono. Mamá me lo quita y se lo da a Guido, quien le explica todo. Papá viene y me estrecha fuerte contra su pecho.—Lo siento tanto, hijo mío. Lo siento mucho —me repite una y otra vez. Mamá me abraza por la espalda, y lloro entre los dos como si me hubieran arrancado el alma. —Siento mucho que hayas perdido al beb&e