Estoy sentada en la cama, y él arrodillado delante de mí, puedo estrangularlo fácilmente con mis piernas. Aunque no sé por qué, que me abrace me hace sentir bien y, a la vez, triste. Me dan ganas de empezar a llorar, y lo hago con la cabeza en su hombro.
— ¡Vuelve a abrazarla, Maximiliano! Eso que está haciendo no es normal. Cuando están bajo el efecto de esas órdenes, no muestran ninguna emoción de ese tipo —dice la bisabuela entusiasmada—. Ella parece que se estuvo negando y luchando contra esa orden. Nunca la aceptó, parece. Debe haberla cogido por el tiempo que no lo hacía. Te dejaremos solo, dale mucho amor, hijo, mucho amor. Creo que, después de todo, no vamos a necesitar esa frase. Dame tus armas y todas las de ella. Recuerda, Maximiliano, lo que te expliqué la última vez: en el momento cumbre, tienes que darle la orden, no lo olvides.