480. LA AGONÍA DE GERÓNIMO
Miro a mi Cielo, quien me apunta con su arma y una mirada de odio en sus lindos ojos, y mi corazón duele. No porque ella me apunte, sino por el inmenso dolor que está experimentando. Doy un paso hacia ella, hasta que el cañón de su pistola choca con mi frente, sin dejar de mirarla.
—Dispara, Cielo. Si con ello vas a dejar de sentir ese enorme dolor que sientes ahora por mi culpa, hazlo, vida mía.
—¡¿Agapy, qué haces?! —escucho a mi suegro gritar. Lo veo correr hacia nosotros y quitarle el arma a mi Cielo, quien se echa a llorar en sus brazos.
—Todo va a estar bien, cariño. Tu mamá es fuerte, ya verás que saldrá de esta.
La escucho llorar desconsoladamente, sin poder hacer nada. Es verdad, todo es mi culpa. Debí imaginarme que esa loca iría detrás de mi Cielo, debí advertirle, mandarle una foto para que supiera quién era. No separarme ni un instante de mi Cielo y responder a su llamada. Pero no lo hice, y ahora mi suegra lucha por su vida.
Me dejo caer en un banco, sin saber qué hacer.