Extendí mi mano para acariciar su mejilla y apartar una lágrima antes de que pudiera descender por completo. Cecil cerró los ojos al sentir mi toque, y en ese momento supe que lo que estaba diciendo no eran solo palabras, sino el dolor que habíamos compartido y la conexión que siempre había estado entre nosotros.
—¿Ves? ¿Cómo querías que no me enamorara de ti, Cecil? —pregunté, limpiando sus lágrimas—. Me enamoré de la forma en que me trataste siempre, de lo compatibles que somos, de cómo nos comprendemos con solo mirarnos.—Yo también me enamoré, Guido, no solo de tu físico, sino de tu sentido del humor. Me encantan tus chistes y bromas —confesó, sin dejar de acariciarme el rostro con emoción—. Me gusto más de la manera que soy cuando estoy contigo, amor; soy otra Cecil. Más real, menos fingi