Sus mejillas se encendieron ligeramente, apenas un rubor que me confirmó que mis palabras habían llegado al lugar correcto. A veces, Cecil podía ser más dura que el acero, pero había aprendido a leer entre líneas, a entender a la mujer frágil y sensible que se escondía debajo de su fortaleza. Ella suspiró y bajó la mirada hacia las bolsas.
—Está bien, Guido... —murmuró, aunque su tono era más resignado que convencido. Alzó la vista de nuevo, con cierto brillo travieso en sus ojos—. Pero no voy a dejar que me obligues a comprar toda la tienda, ¿entendido? También compraremos para ti; quiero que te vistas diferente, así pareces un casanova como tu hermano Gerónimo.Reí con una estruendosa carcajada, sintiendo una victoria que, aunque pequeña, significaba el mundo para mí. Uno siempre tiene que ceder un poco con C