Se detuvo, la besó y acarició suavemente, con mucho amor, dejando que se acostumbrara a él. No quiere hacer alarde, pero está consciente de que es más grande que la media de los italianos. Por eso sale despacio de su interior, buscando una mayor lubricación antes de volver a introducirse de la misma manera. Esta vez le resultó más cómodo; su vagina estaba completamente lubricada y pudo casi introducir todo su miembro.
—Falta poco, Cielo, aguanta un poco más —susurró en su cuello, sintiendo cómo se tensaba ante su embiste y sollozaba—. Si lo deseas, puedo detenerme.—Estoy bien, estoy bien… solo duele un poco —respondió jadeante—. Sigue, no te detengas, no te detengas… La voz de Cristal tenía un tono anhelante que lo excitó aún más; no era temor, sino deseo mezclado con sorpresa. La miró po