Los hermanos intercambiaron una mirada; la tensión en el aire era pesada. Había comenzado algo que ninguno de los dos podía detener. Giovanni rió con amargura, dejando el vaso vacío sobre la barra.
—¿Crees que no lo he pensado cientos de veces en todos estos años? Si no llegas a tiempo, le hubiera rebanado una oreja —confesó sin recato—. ¿Pero tengo que asegurarme de que no es la madre de los chicos? No quiero que mis hijos me odien.Fabrizio dejó escapar el humo del cigarro por la nariz, observando a Giovanni con la mirada calculadora que lo había convertido en el líder indiscutido de su familia.—¿Por qué no le pedimos a Rossi que le haga una prueba para saber si es la verdadera madre de los chicos? —preguntó Fabrizio.—Le hice una vez una y me dio positivo —contestó Giovanni con un suspiro.—&iques