Hugo asiente, aunque sus piernas parecen flaquear ante la situación que se le viene encima. Hablar con Romano. Escuchar sus gritos. Tal vez enfrentarse incluso a su ira. Pero sabe que su padre tiene razón. Ya no hay marcha atrás. Colombo suspira otra vez, se acerca a Hugo, le pone una mano en el hombro y le dice con voz firme:
—Esto va a doler. Pero si haces lo correcto, tal vez todavía podamos arreglar algo antes de que sea demasiado tarde —dice Colombo, un poco más calmado—. ¿Por qué no me lo dijiste cuando pasó? Hace más de un año de esa boda. ¿Y después, cuando se te apareció embarazada, por qué no me llamaste? —Quise hacerlo, papá, pero ella estaba aterrada —contesta Hugo, evitando mirar a su padre. —Hugo, Hugo, Hugo… —dice Colombo, inclinándose hacia adelante, cubriendo el rostro con