Gerónimo escuchó las palabras de su primo con el corazón apretado. Sabía que tenía razón, pero el miedo a perder a Cristal lo paralizaba. Con el teléfono aún en la mano, se frotó el rostro y suspiró con fuerza. Mientras tanto, Cristal, desde el baño, canturreaba feliz, ajena a las preocupaciones de su esposo. Si tan solo supiera que, en ese instante, Gerónimo estaba tomando una decisión que cambiaría el rumbo de su relación para siempre.
—Gracias, primo. Lo haré. Avísame en cuanto sepas algo —respondió Gerónimo con determinación, decidido a ser honesto una vez más con su esposa.—Oye, ¿por casualidad sabes qué le pasa a Guido? —preguntó Filipo, cambiando repentinamente el tono de la conversación. Su comentario encendió inmediatamente las alarmas en Gerónimo—