Gerónimo descendió, con la ayuda de su esposa, hasta el salón donde ya se había reunido la mayoría de la familia. Todos los visitantes se agolpaban al pie de la escalera, y los bisabuelos fueron los primeros en adelantarse.
—Hijo, gracias a Dios que estás bien —dijo la abuela, abrazándolo con delicadeza.—No fue nada, abuela, estoy bien —respondió Gerónimo con una sonrisa, dejándose abrazar.—Hijo, ¿cómo dejaste que te metieran ese tiro? No te entrené para que te hirieran así —murmuró el bisabuelo en tono de reproche; sin embargo, también se le acercó y lo estrechó entre sus brazos con cuidado, dándole un beso en cada mejilla.Gerónimo se sentía muy feliz de verlos allí. Apenas salían de su hacienda, y esa ocasión lo habían hecho solo para viMaximiliano apretó la mandíbula, cada vez más consciente de la situación. Todavía no estaba seguro de quiénes estaban con él.—¿Están en el club? Muy bien. Ponme un momento con René —pidió, precisando asegurarse de que lo dicho era cierto.Podía escuchar cómo Fenicio llamaba a René, mientras de fondo se colaban fragmentos de música del club, confirmando la ubicación.—Dígame, jefe —se hizo presente la voz de René al otro lado de la llamada.—René, ¿cuántos de mis hombres hay ahí? —preguntó sin apartar la vista de la mirilla que le servía para mantener vigilados a los hombres frente a su puerta.René le confirmó que casi todos estaban allí, excepto el segundo al mando. Satisfecho con la información, pidió que l
Coral suspiró y se alejó un poco, como si necesitara espacio para cargar la verdad de sus palabras.—¿Sabes lo que eso significa? —le dijo mientras caminaba hacia el ventanal, subiéndose las mangas de su camisa con ciertos nervios—. Soy muy celosa, posesiva e insegura. Tengo un montón de fobias y problemas que tú apenas conoces, y lo que conoces es solo el comienzo. Sin contar a los enemigos, que no son pocos. ¿De verdad podrás cargar con eso?Maximiliano la observó con la cautela de quien mide cada palabra antes de hablar. Dio un paso decidido hacia ella y respondió:—Thea mu, sabes perfectamente que mi corazón no es libre aún —admitió, con una honestidad que endurecía sus facciones—. Pero me he dado cuenta de algo que no puedo ignorar: no quiero que nadie más te tenga. De solo imaginarlo, algo en mí se descontrola.
Mientras en la casa del doctor Rossi todos estaban sentados alrededor de la mesa, disfrutando de la comida y conversando entre ellos, el ambiente se llenaba de un bullicio agradable y familiar. Sin embargo, el aire pareció romperse cuando, de repente, apareció en el umbral de la puerta una figura imponente. Giovanni Garibaldi, el padre de Gerónimo, hizo acto de presencia con su porte altivo y un halo de autoridad que cubría toda la sala. Tan pronto como su figura se hizo visible, el salón cayó en un sepulcral silencio.—¡Gerónimo! —exclamó aliviado en cuanto su mirada se posó en su hijo. No tardó en desviar la vista hacia Cristal, la esposa de su hijo, con una expresión difícil de descifrar.Rosa, que había entrado rápidamente detrás de él, no pudo contener un grito de asombro al notar la presencia de Cristal.—¡Cristal&he
Él intentó articular una respuesta, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Coral, con los ojos entrecerrados y la mandíbula tensa, no parecía dispuesta a darle espacio para explicarse. Maximiliano sabía que no habría escapatoria; como una tormenta, ella había llegado al fondo del misterio y estaba decidida a reclamar respuestas. El aire en la sala se tornó denso, como si ambos estuvieran atrapados en una tormenta silenciosa. Maximiliano alzó la mirada, encontrándose de frente con los ojos furiosos de Coral. Aunque en su serenidad habitual cualquier reto le parecía manejable, esta vez sabía que enfrentarse a esa mirada sería más difícil que cualquier intriga mafiosa que hubiera enfrentado antes. Porque esto, esto era personal. —Coral… —empezó, intentando elegir sus palabras con cuidado. Los secretos comenzaban a ahogar e
El bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá! —¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no p
La claridad de la ventana hace que abra sus ojos. Está solo en el hotel que reservaron el día anterior para la celebración de su graduación, sin saber cómo regresaron ni a qué hora.—¡Diantres! ¿Por qué tuve que beber tanto ayer? Me mata la cabeza —dice mientras rebusca en la maleta un calmante. La resaca es muy grande, no recuerda apenas nada. Se dirige, después de tomar la pastilla, al baño y se mete en la ducha dejando que el agua bien fría lo ayude a despertar. Tras un rato se siente un poco mejor. Sale y empieza a prepararse para afeitarse cuando algo en su dedo llama su atención. Sí, es un anillo de matrimonio. Y las imágenes de la mujer más bella que ha visto en su vida diciéndole, ¡sí acepto!, en una ceremonia de boda, llegan a su mente.—¡¿Con quién diablos me casé?! —pregunta desesperado, gritando a todo pulmón mientras abandona el baño. Busca respuestas mientras revisa su cama, por si acaso, pero no, no hay nadie en ella. Sale corriendo por la habitación, incapaz de calmar
El peso del vestido es lo primero que siente antes de abrir los ojos. La seda roza su piel y el corsé aprieta su cintura. No necesita mirar para saber que todavía lo lleva puesto. Su cuerpo está rígido, como si la tela fuera una prisión que le niega el aliento. Su cabeza le estalla de un dolor tan intenso que parece imposible soportarlo. Abre los ojos y la claridad hace que los cierre de golpe, dejando escapar un leve quejido. Vuelve a intentarlo, esta vez despacio, hasta que su vista se aclara. Mira alrededor y reconoce el lugar de inmediato: su pequeño apartamento número dos. Ese refugio secreto que su hermano le compró tiempo atrás, para esos momentos en los que todo se desmoronara y tuviera que desaparecer. ¿Cómo vino a parar ahí? La pregunta retumba en su mente confusa mientras intenta desenredar sus últimos recuerdos. Se sienta en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, buscando alivio.—¡Dios, cómo me duele la cabeza! —exclama, mientras su respiración intenta ac
Cristal se lleva una mano a la boca, luchando por controlar el temblor que amenaza con delatarla. ¿Introducirlo en mi familia? Su mente intenta procesar lo que escucha mientras el diálogo avanza cada vez más descarado. —Fue una suerte que descubrieras que era la sobrina del jefe de esa organización en Roma —continúa Jarret con tono triunfal—. ¿Te das cuenta? Tiene un gran territorio, Estela. ¡Es exactamente lo que necesito para consolidarme! —Sergio, si tu papá se entera de esto, te va a volver a castigar —le advierte Helen con dulzura, como si quisiera protegerlo de sí mismo—. ¿No recuerdas lo que te hizo la última vez que cometiste una locura por otra chica? ¿No te basta conmigo? —¡No me importa lo que me hizo! —ladra él, perdiendo todo rastro de control—. ¡Todos se lo merecían! ¡Rechazarme a mí, a mí! ¿Sabes quién soy? Me da igual lo que digan o piensen. Cristal sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Cada palabra que salía de la boca de Jarret era como una daga c