Gerónimo no dudó ni un segundo. Sus brazos rodearon su cuerpo, más firmes que nunca, como si aquellas palabras fueran un juramento grabado en piedra.
—Nada, amarte, defenderte, cuidarte —dijo, como si fuera una promesa eterna. La estrechó contra su pecho, dejando que su fuerza se convirtiera en refugio y que ninguno de sus miedos pudiera atravesar esa muralla de amor que había construido para ella. Después, con un movimiento firme, la subió encima de su cuerpo y la besó con una pasión que le robó el aliento. Cristal cerró los ojos, dejando que el mundo se desvaneciera a su alrededor. En aquel instante solo existían ellos dos, y ella sabía que, a pesar de todos los problemas que los rodeaban, su felicidad con él era más grande que cualquier cosa que alguna vez hubiese imaginado. Esa certeza que le llenaba el pecho no la dejaba dudar. Aunque a veces sentía que los problemas la asfixiaban, estar entre los brazos de Gerónimo siempre era su salvación.