Los miraba con desprecio. Tan felices y, llenos de ternura. Él cuidándola con tanta dedicación. Ella, sonriendo suavemente. Y aunque ya estaba muerta, algo dentro de mí se desgarraba sin piedad. Si estuviese viva, tal vez sería solo una molestia para ellos.Y en ese momento lo supe: dejar de amar a alguien puede ser tan rápido como un parpadeo. Todo ese profundo amor ciego y obsesivo que sentí por Diego... se desvaneció en un segundo.Lo escuchaba hablarle a Eva con dulzura, susurrándole promesa tras promesa, construyendo juntos la vida perfecta de una familia feliz de tres.Pero... ¿por qué? ¿Por qué sigue doliéndome tanto? Si ya no lo amo. Si ya no quiero estar con él. ¿Por qué me duele tanto verlo?Quise irme. Quise alejarme de toda esta podredumbre.. Pero no podía. Mi alma seguía atada a él.Entonces lo seguí cuando salió del hospital. Vi cómo entraba a una tienda de productos para bebés. Compró ropita, biberones, mantas... en fin todo con una sonrisa.Y, claro, no pude evitar reco
Nunca imaginé que al día siguiente Lucas volvería al hospital. Entró en silencio, caminó directo a la habitación y agarró enfurecido a Diego por el cuello de la camisa, arrastrándolo fuera sin decir una palabra.—¿Qué te pasa? ¿Ya se te corrió la teja? —gritó descontrolado Diego, tratando de soltarse.—Tú decías que no creías que mi hermana estuviera muerta, ¿verdad? Pues hoy la vas a ver con tus propios ojos —respondió Lucas, serio, sin soltarlo ni un segundo.—¿Qué demonios estás haciendo ahora? ¡No voy a ir a donde tú quieres! —Diego trató de resistirse.—¿No que no creías? ¿Entonces por qué te niegas a ir? ¿Acaso tienes miedo, maldito?Aunque Diego se resistió, Lucas lo arrastró hasta el crematorio. Lo empujó con fuerza hasta que estuvieron justo frente al congelador donde yacía mi cuerpo.Lucas lo forzó varias veces a mirarme.—¡Mírala! ¡Mira muy bien a tu esposa para que no la olvides! ¡Así murió! Con el cuerpo lleno de heridas, pero aún abrazando a tu precioso hijo. Y mientras e
El día de mi funeral Diego se arregló como nunca. Se puso ese impecable traje negro que siempre me había encantado, el mismo que solo usó una vez en una boda y que yo siempre decía que lo hacía parecer sacado de una película. Ahora, ¡qué ironía! lo llevaba puesto para mi despedida.Lucas no quería que estuviera allí. Decía que no tenía derecho. Pero mi madre lo detuvo.—Al final... sigue siendo su marido. Legalmente, era su pareja. No podemos hacer más escándalos. Marina ya no está, por lo tanto, no merece que hablen mal de ella.Tenía razón. El funeral estaba lleno de familiares, conocidos y vecinos. Aunque ya no estuviera, no quería que hablaran de mí como si ni siquiera él hubiera venido a despedirse.Mi suegra también estuvo presente. Ya no era la mujer fuerte que conocí. Estaba encorvada, más pequeña, como si la vida le hubiera caído de golpe.Diego se arrodilló humilde frente a mi tumba y permaneció allí por un largo rato, con la cabeza baja. Pensaba que eso borraría sus pecados
Cuando Diego llegó al lugar del terremoto, Eva y yo estábamos atrapadas bajo una enorme roca.La piedra estaba tan encima de mí que ni me podía mover, sentía un dolor terrible en el estómago y algo no estaba bien con el bebé. No podía escuchar en ese momento a Eva, y la preocupación empezó a invadir todo mi ser. Aunque mi situación ya era grave, traté de calmarla poco a poco.—Eva, tranquila, tu hermano va a venir a rescatarnos pronto.Aunque Diego y yo habíamos tenido una fuerte pelea esa mañana por Eva y seguíamos sin hablarnos, en el fondo de mi corazón todavía esperaba que viniera.Después de todo, llevaba a su hijo en mi vientre. Pensaba que, aunque ya no me quisiera, al menos por el bebé iba a estar ahí.Pero tristemente me equivoqué. Subestimé lo que ambos significábamos para él.Cuando ya no había forma alguna de salvarnos a las dos, me miró seriamente y dijo, sin dudarlo dos veces:—Primero voy a salvar a Eva.—¡¿Diego?! ¿Estás seguro? No podía creer lo que estaba escuchan
Lo seguí flotando hasta el hospital, llegué hasta la habitación donde estaba Eva.La vi acostada en la cama, tan frágil e inocente, que no pude evitar pensar en mi bebé.Ese bebé tan indefenso, que creció en mi vientre durante meses... sin ser reconocido, ni amado... y que jamás tuvo la oportunidad de ver este mundo.Los miré a Eva y a Diego con una rabia infinita que me estaba comiendo por dentro.En ese instante, juro que lo único que deseaba era convertirme en un alma en pena y llevarme a esos dos malditos desgraciados directo al infierno... para que pagaran por lo que le hicieron a mi querido hijo.—¿Hermano... estás enojado conmigo? —dijo Eva con voz débil—. Si yo no hubiera estado allí, tal vez tú habrías podido salvar a Marina primero.—No pienses esas cosas —respondió afligido Diego, abrazándola con ternura, acariciándole la espalda—. Ella siempre ha sido fuerte. Ya mandé a alguien a buscarla. Puede que sufra un poco, pero no va a pasar nada grave.—Pero... ella es tu esposa. A
Diego fue testigo de todo. Lo vio con sus propios ojos.—Marina, si algo le pasa a Eva, no te lo voy a perdonar nunca.Desde ese momento, Diego empezó a odiarme muchísimo más. Incluso llegó a pedirme el divorcio.Siempre me negaba, lloraba, rogaba... No quería separarme ni un minuto de él. Pero nuestro matrimonio ya estaba al borde del colapso.Eva siempre fue como esa espina clavada entre nosotros: imposible de sacar e ignorar. Miré a Diego y pensé: Si supiera que ya estoy muerta... ¿se alegraría? ¿Estaría feliz porque al fin se libró de mí?El celular de Diego empezó a sonar. Lo contestó sin poner altavoz.No sabía quién era. Me acerqué flotando, llena de curiosidad. ¿Sería del hospital? ¿Llamaban acaso para confirmar mi muerte?Sentía curiosidad por ver su reacción. Necesitaba saber qué sentiría al enterarse de que ya no existo.Pero entonces vi el nombre en la pantalla: mi nombre.Me quedé helada.—¡Diego! ¡No puedo creer que por culpa de Eva no hayas hecho nada por mí! ¡Quiero el
—Diego, ya estás casado con Marina. Tienen un hijo. Tienes que aceptarlo —dijo mi suegra, seria—. Ve a buscar a Marina, pídele perdón como corresponde. Yo me encargo de Eva. Todo lo que dijo fue por un momento de inestabilidad emocional.Así, mi suegra cerró el tema.—Marina sigue siendo tu esposa. Ni sabes en qué estado está ahora. No deberías estar aquí. Ve por ella —agregó, mirándolos a ambos con desprecio.Yo escuchaba todo, con el corazón temblando. ¿Así que solo yo no sabía nada? ¿Solo yo era la tonta en esta romántica historia? Diego y Eva... esa relación enfermiza y asquerosa, todo el mundo lo sabía, menos yo. Y encima... pensaban seguir ocultándomelo.Miré esos rostros tan familiares y al mismo tiempo tan extraños, y me dio un asco tremendo. Si no hubiera muerto, ¿quizás habría seguido engañada toda la vida?—Mamá, le voy a pedir perdón a Marina, claro que sí. Pero ahora lo más urgente es Eva. Ya encontraron a Marina, está bien. Está en casa de sus padres y no quiere verme. Cu
Ahora que lo pienso... todo se reduce a eso: Diego siempre amó a Eva. Por eso, en su mundo, nada ni nadie valía más que ella.Mi suegra intentaba de una y otra manera hacerlo entrar en razón, le pidió que fuera a buscarme... pero él ni se movió.Entonces, sonó el tono de un mensaje. Diego miró la pantalla, se le fue la cara de golpe y apretó la mandíbula con fuerza.—Mamá, no insistas. Esa mujer no tiene arreglo. Está loca porque salvé primero a Eva, y ahora me sale con que quiere el divorcio. Dice que, si no echo a Eva de la casa, va a abortar al bebé. En definitiva es una maldita víbora —escupió con rabia, los ojos encendidos.Floté hasta él, confundida, queriendo ver qué mensaje lo había puesto así. Y ahí estaba. Un mensaje enviado desde mi cuenta. Desde... mí.Pero yo... si ya estoy muerta.Regresé para mirar a Eva. Todo olía a que ella estaba detrás de todo. Solo alguien como Eva sería capaz de hacer algo tan retorcido.—¡Diego! —gritó furiosa mi suegra, fuera de sí—. ¡¿Cómo pude