Los miraba con desprecio. Tan felices y, llenos de ternura. Él cuidándola con tanta dedicación. Ella, sonriendo suavemente. Y aunque ya estaba muerta, algo dentro de mí se desgarraba sin piedad. Si estuviese viva, tal vez sería solo una molestia para ellos.
Y en ese momento lo supe: dejar de amar a alguien puede ser tan rápido como un parpadeo. Todo ese profundo amor ciego y obsesivo que sentí por Diego... se desvaneció en un segundo.
Lo escuchaba hablarle a Eva con dulzura, susurrándole promesa tras promesa, construyendo juntos la vida perfecta de una familia feliz de tres.
Pero... ¿por qué? ¿Por qué sigue doliéndome tanto? Si ya no lo amo. Si ya no quiero estar con él. ¿Por qué me duele tanto verlo?
Quise irme. Quise alejarme de toda esta podredumbre.. Pero no podía. Mi alma seguía atada a él.
Entonces lo seguí cuando salió del hospital. Vi cómo entraba a una tienda de productos para bebés. Compró ropita, biberones, mantas... en fin todo con una sonrisa.
Y, claro, no pude evitar reco