Mi cuerpo fue encontrado dos días después. Cuando por fin me encontraron, tenía graves heridas por toda la cara y el cuerpo. Pero mis manos... aún seguían aferradas a mi vientre, como si todavía intentaran proteger a mi pobre bebé.
Al descubrir mi cadáver, los rescatistas intentaron primero contactar a mi marido. No respondió. Así que llamaron enseguida a mi madre... y a mi suegra.
Mi mamá, al ver mi cuerpo, se desmayó de la pena. Mi suegra también se desplomó, incapaz de sostenerse. Ambas necesitaron atención en el lugar.
Cuando por fin despertaron, fueron juntas a encargarse de mis trámites de la autopsia. Luego, llevaron mi cuerpo al crematorio.
Ambas llamaron a Diego. Y él.… muy descaradamente les cortó la llamada, sin decir una sola palabra.
Fue en ese momento cuando apareció Lucas. Un hombre de más de un metro ochenta, llorando como un niño frente al congelador donde yacía mi cuerpo.
—Marina... yo debí haberte detenido. Nunca debí dejar que te casaras con ese desgraciado. Abrirte