Capítulo 2
Lo seguí flotando hasta el hospital, llegué hasta la habitación donde estaba Eva.

La vi acostada en la cama, tan frágil e inocente, que no pude evitar pensar en mi bebé.

Ese bebé tan indefenso, que creció en mi vientre durante meses... sin ser reconocido, ni amado... y que jamás tuvo la oportunidad de ver este mundo.

Los miré a Eva y a Diego con una rabia infinita que me estaba comiendo por dentro.

En ese instante, juro que lo único que deseaba era convertirme en un alma en pena y llevarme a esos dos malditos desgraciados directo al infierno... para que pagaran por lo que le hicieron a mi querido hijo.

—¿Hermano... estás enojado conmigo? —dijo Eva con voz débil—. Si yo no hubiera estado allí, tal vez tú habrías podido salvar a Marina primero.

—No pienses esas cosas —respondió afligido Diego, abrazándola con ternura, acariciándole la espalda—. Ella siempre ha sido fuerte. Ya mandé a alguien a buscarla. Puede que sufra un poco, pero no va a pasar nada grave.

—Pero... ella es tu esposa. Aunque haya cometido errores...

—Si cometió un error, tiene que pagar un alto precio por ello —respondió Diego, con un tono seco, sombrío, sin titubeo alguno.

Ahí fue cuando sentí que mi alma se rompía en mil pedazos.

Sus palabras me atravesaron como una daga.

Mi querido...

¿Sabes una cosa? Tu castigo ya me mató. Nos mató a los dos. A mí, y a nuestro hijo.

Diego y yo crecimos juntos, prácticamente desde que nacimos.

Nuestros padres nos prometieron en matrimonio cuando éramos niños.

Eva llegó a la familia Herrera justo cuando tenía seis años, y desde entonces, Diego la trataba como si fuera su hermana de verdad.

Yo siempre estuve enamorada de él, pero él... nunca me correspondió.

Me rechazó en más de una ocasión.

Muchas veces pensé que estaba enamorado de Eva, pero él siempre me decía que no, que Eva solo era su querida hermanita.

Hasta que un día, Eva se fue del país.

Esa noche, Diego tomó de más.

Y sin decir una sola palabra, me arrinconó contra la pared... y me besó con intensidad.

Yo, ilusionada, sentí que me estallaba el corazón de la emoción.

Como si me hubiera ganado en ese momento la lotería. Como si por fin, algo bueno me pasara. .

A la mañana siguiente, él me miró sin emoción. Con esa cara seria que siempre ponía cuando no sabía qué decir.

Pero aun así, me soltó:

—Te voy a responder como un hombre.

Y así fue como terminé casada con Diego.

Sin propuesta alguna, ni fotos y, mucho menos una luna de miel... ni un simple “te quiero”.

Yo sabía que no me amaba.

Que solo se casó conmigo porque “le tocaba”, después de lo que pasó.

Pero aun así... yo me enamoré aún más de ese despreciable tipo.

Y me repetía a mí misma que, con el tiempo, él también llegaría a quererme.

Pero después de la boda, todo fue como un tempano de hielo.

Nunca me trató mal, pero tampoco con amor.

Teníamos sexo como si fuera una tarea más: rigurosamente tres veces por semana. Ni una más, ni una menos. Como si me estuviera haciéndome un favor.

Y entonces, llegó el segundo año de matrimonio.

Eva volvió... embarazada. Y nunca dijo quién era el padre.

Desde entonces, Diego empezó a llegar temprano a casa.

A veces incluso cocinaba él mismo, solo para asegurarse de que Eva comiera bien.

Yo ya no podía más con todos sus desplantes.

Sentía celos. Coraje. Una rabia infinita que me quemaba por dentro.

Las peleas se volvieron pan de todos los días.

Y una noche... exploté. Lo solté sin pensarlo:

—La cuidas tanto... que cualquiera pensaría que ella es tu esposa, no tu hermana.

¿O qué? ¿Ese hijo es tuyo?

Diego me zampo una cachetada.

Me quedé congelada.

Ni siquiera me di cuenta de que Eva estaba justo en la puerta.

Me eché a llorar y le dije que me iba a ir a casa de mis padres.

Pero Eva corriendo me detuvo.

—Marina, no sabía que pensabas así de mí. Podré tener mil defectos, pero tengo muy en alto mis valores. Jamás me metería con mi propio hermano. Mañana mismo me voy del país.

Después de eso, Diego no me dirigió la palabra durante dos semanas.

Frío, distante, como si no existiera.

Eva, al final, no se fue.

Y yo, sintiéndome culpable, terminé pidiéndole perdón.

Pero Eva no lo olvidó. Y me lo hizo pagar.

Me tomó de la mano, sonrió, y de repente, se lanzó por las escaleras, como si yo la hubiera empujado.

De esta manera perdió a su bebé.
Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App