—Diego, ya estás casado con Marina. Tienen un hijo. Tienes que aceptarlo —dijo mi suegra, seria—. Ve a buscar a Marina, pídele perdón como corresponde. Yo me encargo de Eva. Todo lo que dijo fue por un momento de inestabilidad emocional.Así, mi suegra cerró el tema.—Marina sigue siendo tu esposa. Ni sabes en qué estado está ahora. No deberías estar aquí. Ve por ella —agregó, mirándolos a ambos con desprecio.Yo escuchaba todo, con el corazón temblando. ¿Así que solo yo no sabía nada? ¿Solo yo era la tonta en esta romántica historia? Diego y Eva... esa relación enfermiza y asquerosa, todo el mundo lo sabía, menos yo. Y encima... pensaban seguir ocultándomelo.Miré esos rostros tan familiares y al mismo tiempo tan extraños, y me dio un asco tremendo. Si no hubiera muerto, ¿quizás habría seguido engañada toda la vida?—Mamá, le voy a pedir perdón a Marina, claro que sí. Pero ahora lo más urgente es Eva. Ya encontraron a Marina, está bien. Está en casa de sus padres y no quiere verme. Cu
Ahora que lo pienso... todo se reduce a eso: Diego siempre amó a Eva. Por eso, en su mundo, nada ni nadie valía más que ella.Mi suegra intentaba de una y otra manera hacerlo entrar en razón, le pidió que fuera a buscarme... pero él ni se movió.Entonces, sonó el tono de un mensaje. Diego miró la pantalla, se le fue la cara de golpe y apretó la mandíbula con fuerza.—Mamá, no insistas. Esa mujer no tiene arreglo. Está loca porque salvé primero a Eva, y ahora me sale con que quiere el divorcio. Dice que, si no echo a Eva de la casa, va a abortar al bebé. En definitiva es una maldita víbora —escupió con rabia, los ojos encendidos.Floté hasta él, confundida, queriendo ver qué mensaje lo había puesto así. Y ahí estaba. Un mensaje enviado desde mi cuenta. Desde... mí.Pero yo... si ya estoy muerta.Regresé para mirar a Eva. Todo olía a que ella estaba detrás de todo. Solo alguien como Eva sería capaz de hacer algo tan retorcido.—¡Diego! —gritó furiosa mi suegra, fuera de sí—. ¡¿Cómo pude
Mi cuerpo fue encontrado dos días después. Cuando por fin me encontraron, tenía graves heridas por toda la cara y el cuerpo. Pero mis manos... aún seguían aferradas a mi vientre, como si todavía intentaran proteger a mi pobre bebé.Al descubrir mi cadáver, los rescatistas intentaron primero contactar a mi marido. No respondió. Así que llamaron enseguida a mi madre... y a mi suegra.Mi mamá, al ver mi cuerpo, se desmayó de la pena. Mi suegra también se desplomó, incapaz de sostenerse. Ambas necesitaron atención en el lugar.Cuando por fin despertaron, fueron juntas a encargarse de mis trámites de la autopsia. Luego, llevaron mi cuerpo al crematorio.Ambas llamaron a Diego. Y él.… muy descaradamente les cortó la llamada, sin decir una sola palabra.Fue en ese momento cuando apareció Lucas. Un hombre de más de un metro ochenta, llorando como un niño frente al congelador donde yacía mi cuerpo.—Marina... yo debí haberte detenido. Nunca debí dejar que te casaras con ese desgraciado. Abrirte
Cuando llegaron al hospital, Diego estaba dándole de comer a Eva con una expresión tan dulce y entregada que parecía una tierna escena sacada de una película romántica.Los vi juntos, tan compenetrados, y aunque sentí una punzada en el pecho, ya no fue tan fuerte como antes.Supongo que morir lo cambiaba todo. Ya no me dolía tanto. Después de todo, ¿qué más podrían hacer para lastimarme?El primero en explotar fue Lucas.Al ver a Diego alimentando a Eva con tanta ternura a su querida hermanita, sus ojos se llenaron de rabia. Sin pensarlo dos veces, le dio un puñetazo directo en la cara, tirándolo al suelo, y enseguida empezó a golpearlo enloquecido.—¡Maldito! ¡Mi hermana estaba ciega de amor por ti! ¡Su cuerpo aún está en el crematorio y tú ya estás aquí tan tranquilo con esta miserable zorra! ¡No la dejas descansar en paz!Lucas estaba fuera de sí, quería matarlo a golpes. Pero Diego no se quedó atrás: devolvió los golpes, y terminaron forcejeando tan fuerte que varios médicos tuvier
Abrí aterrorizada los ojos, sin poder creer lo que estaba escuchando. —¿¡Qué mierda estás diciendo!? —gritó Lucas, con los ojos enardecidos—. ¡Marina es mi hermana! ¡Aunque no seamos de sangre, ella es quien me ha cuidado toda la vida! ¿Y tú vienes con esas porquerías?—¡Diego! —dijo mi madre, completamente sorprendida y furiosa—. Mi hija jamás te falló. Ella y Lucas no eran hermanos biológicos, pero no merecen que los insultes así.Diego los miró, esbozando una sonrisa irónica.—Ustedes sabrán si miento. Yo vi una vez a Lucas salir de la habitación de Marina... a medianoche. ¿Y qué pasó después? Un mes después, Marina quedó embarazada. Dime si es mentiras, ¿qué hacía Lucas en la habitación de su hermana a esas horas?Lo miré, helada. ¿Eso pensaba de mí? ¿Que era una cualquiera?La verdad era muy distinta. Aquella noche, tuve una crisis de gastritis aguda. Lucas fue quien me llevó al hospital. Tuve que quedarme ingresada, y él fue a casa a buscarme algo de ropa y mis cosas de aseo.Es
Los miraba con desprecio. Tan felices y, llenos de ternura. Él cuidándola con tanta dedicación. Ella, sonriendo suavemente. Y aunque ya estaba muerta, algo dentro de mí se desgarraba sin piedad. Si estuviese viva, tal vez sería solo una molestia para ellos.Y en ese momento lo supe: dejar de amar a alguien puede ser tan rápido como un parpadeo. Todo ese profundo amor ciego y obsesivo que sentí por Diego... se desvaneció en un segundo.Lo escuchaba hablarle a Eva con dulzura, susurrándole promesa tras promesa, construyendo juntos la vida perfecta de una familia feliz de tres.Pero... ¿por qué? ¿Por qué sigue doliéndome tanto? Si ya no lo amo. Si ya no quiero estar con él. ¿Por qué me duele tanto verlo?Quise irme. Quise alejarme de toda esta podredumbre.. Pero no podía. Mi alma seguía atada a él.Entonces lo seguí cuando salió del hospital. Vi cómo entraba a una tienda de productos para bebés. Compró ropita, biberones, mantas... en fin todo con una sonrisa.Y, claro, no pude evitar reco
Nunca imaginé que al día siguiente Lucas volvería al hospital. Entró en silencio, caminó directo a la habitación y agarró enfurecido a Diego por el cuello de la camisa, arrastrándolo fuera sin decir una palabra.—¿Qué te pasa? ¿Ya se te corrió la teja? —gritó descontrolado Diego, tratando de soltarse.—Tú decías que no creías que mi hermana estuviera muerta, ¿verdad? Pues hoy la vas a ver con tus propios ojos —respondió Lucas, serio, sin soltarlo ni un segundo.—¿Qué demonios estás haciendo ahora? ¡No voy a ir a donde tú quieres! —Diego trató de resistirse.—¿No que no creías? ¿Entonces por qué te niegas a ir? ¿Acaso tienes miedo, maldito?Aunque Diego se resistió, Lucas lo arrastró hasta el crematorio. Lo empujó con fuerza hasta que estuvieron justo frente al congelador donde yacía mi cuerpo.Lucas lo forzó varias veces a mirarme.—¡Mírala! ¡Mira muy bien a tu esposa para que no la olvides! ¡Así murió! Con el cuerpo lleno de heridas, pero aún abrazando a tu precioso hijo. Y mientras e
El día de mi funeral Diego se arregló como nunca. Se puso ese impecable traje negro que siempre me había encantado, el mismo que solo usó una vez en una boda y que yo siempre decía que lo hacía parecer sacado de una película. Ahora, ¡qué ironía! lo llevaba puesto para mi despedida.Lucas no quería que estuviera allí. Decía que no tenía derecho. Pero mi madre lo detuvo.—Al final... sigue siendo su marido. Legalmente, era su pareja. No podemos hacer más escándalos. Marina ya no está, por lo tanto, no merece que hablen mal de ella.Tenía razón. El funeral estaba lleno de familiares, conocidos y vecinos. Aunque ya no estuviera, no quería que hablaran de mí como si ni siquiera él hubiera venido a despedirse.Mi suegra también estuvo presente. Ya no era la mujer fuerte que conocí. Estaba encorvada, más pequeña, como si la vida le hubiera caído de golpe.Diego se arrodilló humilde frente a mi tumba y permaneció allí por un largo rato, con la cabeza baja. Pensaba que eso borraría sus pecados