Capítulo 3
Diego fue testigo de todo. Lo vio con sus propios ojos.

—Marina, si algo le pasa a Eva, no te lo voy a perdonar nunca.

Desde ese momento, Diego empezó a odiarme muchísimo más. Incluso llegó a pedirme el divorcio.

Siempre me negaba, lloraba, rogaba... No quería separarme ni un minuto de él. Pero nuestro matrimonio ya estaba al borde del colapso.

Eva siempre fue como esa espina clavada entre nosotros: imposible de sacar e ignorar.

Miré a Diego y pensé: Si supiera que ya estoy muerta... ¿se alegraría? ¿Estaría feliz porque al fin se libró de mí?

El celular de Diego empezó a sonar. Lo contestó sin poner altavoz.

No sabía quién era. Me acerqué flotando, llena de curiosidad. ¿Sería del hospital? ¿Llamaban acaso para confirmar mi muerte?

Sentía curiosidad por ver su reacción. Necesitaba saber qué sentiría al enterarse de que ya no existo.

Pero entonces vi el nombre en la pantalla: mi nombre.

Me quedé helada.

—¡Diego! ¡No puedo creer que por culpa de Eva no hayas hecho nada por mí! ¡Quiero el divorcio! —grité, y mi voz retumbó al otro lado del celular

Sí. Era mi voz. Clarita. Irrefutable.

—Marina. Si sigues viva, regresa. Y ya.

—¿Regresar? Solo si echas a Eva de la casa.

—Entonces, mejor ni lo hagas. Ojalá te mueras allá afuera.

Colgó furioso de un golpe.

Esas palabras me atravesaron el pecho. Y me dolieron en el alma.

Al final... cumplí su deseo. Morí afuera. No voy a regresar.

Pero... ¿quién hizo esa llamada? Definitivamente, no fui yo.

—Hermano, deberías ir a ver a Marina. Después de todo, lleva tu hijo en el vientre.

—¿Mi hijo? —dijo Diego, con sarcástica sonrisa—. Ese maldito bebé, quién sabe de quién es. Y aunque fuera mío, ella y ese niño no valen ni un poquito de lo que vales tú.

Estoy muerta. Pero este profundo dolor en el pecho no se va. ¿Cómo es posible?

Él me odiaba intensamente.

Me odiaba tanto que ni siquiera reaccionó cuando mi papá murió. Ni una lágrima.

—Hermano, ¿por qué no te divorcias de ella? No la amas. Tú me quieres a mí.

—Eva, somos hermanos.

—¡Diego! ¿De verdad me ves como tu hermana? No olvides que no soy hija biológica de los Herrera.

—¡Eva! ¿Qué estás diciendo? Aunque no sean de sangre, crecieron juntos. ¡Lo que están haciendo es una completa locura! —dijo mi suegra, pálida, sin poder creer lo que escuchaba.

—Mamá, tú siempre me has querido... Diego se va a casar de todos modos. ¿Por qué no conmigo? ¿Por qué prefieres a Marina?

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