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El Reto del Novio Gánster

El Reto del Novio GánsterES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Serena  Completo
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Resumen
Índice

El día en que descubrí que estaba embarazada de nuevo, Agusto decidió dejar el juego para siempre y prometió trabajar honestamente para mantener a la familia. Conmovida hasta las lágrimas, le entregué con manos temblorosas todos mis ahorros de un año de trabajos esporádicos. Dos billetes de banco cayeron al suelo. Los recogí y salí corriendo tras él, pero al final del callejón vi a los matones de la banda que solían venir a cobrarle deudas, inclinándose ante él con respeto. Todo su falso desamparo había sido una mentira. —Jefe, ¿seguimos hostigando en su puerta mañana? —preguntó uno. Agusto, reclinado en su coche lujo, respondió con indiferencia: —Ya no hace falta. Miró el anillo en su dedo y suspiró: —Después de tantos años, ya no hay duda: su amor es verdadero. La última vez, trabajó hasta el agotamiento para pagar mis deudas y perdió a nuestro primer hijo. Ya le he fallado demasiado. Es hora de decirle la verdad y que no tenga que sufrir más. Pero Inés, su amiga de la infancia, frunció el ceño: —¡No! Aún no es momento. ¿Y si solo le importa tu dinero y tu puesto como líder de la banda? Esperemos a ver si decide tener este bebé. Agusto asintió pensativo: —Tienes razón. Después de todo, ya lleva tanto tiempo conmigo. No me abandonará. Apreté los billetes de banco con fuerza, di media vuelta y las lágrimas cayeron sin control. ¡Agusto, este amor lleno de engaños, lo rechacé!

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Capítulo 1

Capítulo 1

Esa noche, Agusto volvió a casa más temprano de lo habitual.

Se sentó frente a mí y, mientras cenaba, preguntó:

—¿Cómo estuvo el trabajo hoy?

—Bien —respondí con la voz quebrada, sin levantar la vista.

No insistió. No notó mi decaimiento.

Lo miré en silencio unos segundos antes de atreverme a hablar:

—Cariño, el calentador de agua está roto. ¿Cuánto queda del dinero que te di? Podríamos llamar a un técnico.

Una torpe incomodidad cruzó su rostro. Revolvió los bolsillos y dijo:

—Lo siento, mi amor. Todo fue para pagar deudas. No me queda nada.

Mentiroso.

Cerré los ojos con pesadumbre, recordando cómo había repartido generosas propinas a las camareras del restaurante.

Pero me mordí el labio y contuve el llanto:

—No importa. Ya encontraré una solución.

—Por cierto Inés no está bien de salud. El médico dijo que necesita más nutrientes —dijo, acariciándome la mejilla con dulzura.

Luego sacó un pescado ya limpio. Un olor salobre invadió el aire.

—Inés quiere sopa de pescado. ¿Podrías preparársela?

Sus ojos brillaban de expectativa.

De pronto lo recordé: Agusto odiaba el olor a marisco.

Decía que le repugnaba la sangre y los aromas penetrantes.

Apreté los puños con tanta fuerza que las uñas se clavaron en las palmas.

Juró que nunca tocaría carne cruda, que el hedor le daba náuseas.

Pero ahora, por Inés, lo sostenía en sus manos olvidando que yo, embarazada, no soportaba ese olor.

El vaho fétido me golpeó las fosas nasales. Un mareo violento retorció mi estómago.

—Celia, ¿qué te pasa? —preguntó.

No pude evitar una arcada. Me levanté de un salto y corrí al baño.

Arrodillada ante el inodoro, las lágrimas cayeron como granizo.

Amaba a Agusto. Hasta habría renunciado a todo por él.

Pero solo entonces entendí lo insignificante que era en esta relación.

Su voz sonó a mis espaldas, fingiendo preocupación:

—¿Estás mejor, mi vida? ¿Fue el estómago?

No me giré. Las lágrimas seguían fluyendo en silencio.

—Estoy bien —murmuré fría, evitando su mirada esmeralda.

Trajo pastillas para el estómago y entró a la cocina.

—Tómalas y descansa. Si no te sientes bien, haz la sopa mañana.

No respondí.

Él tampoco insistió. Se calzó y abrió la puerta.

—Tengo una entrevista de trabajo. Si vuelvo tarde, no me esperes.

Sus pasos se apagaron en la distancia.

Saqué el teléfono y reservé una cita para abortar, compré un billete a otra ciudad y planeé comenzar de cero.

Este amor de mentiras y pruebas lo rechazaba.

Agusto, ojalá nunca más volviéramos a cruzarnos en el camino.

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