El primer disparo no fue hacia ellos, sino al cielo, una advertencia. Julián levantó las manos, hablando con uno de los jefes del retén. Emma no podía escuchar las palabras exactas, pero sí la actitud: estaba negociando. Estaba entregándolos.
—¡Nos vendió! —gritó Mateo desde la otra camioneta, sacando su arma.
Alejandro reaccionó de inmediato.
—¡No dispares! ¡Clara está aquí!
La tensión era insoportable. Emma apretaba la mano de Lucía, que temblaba pese a su fuerza interior. Era como si reviviera los años de cautiverio en un solo instante.
Finalmente, Julián regresó al vehículo, su rostro inexpresivo.
—Tenemos que bajar.
Alejandro lo agarró por el cuello de la camisa, estampándolo contra la puerta.
—¿Qué hiciste?
—Es la única forma de que no nos maten a todos —se defendió Julián—. Prometí entregar solo a Emma.
El silencio fue devastador. Emma lo miró con los ojos abiertos de par en par, sintiendo que el mundo se le derrumbaba bajo los pies.
—¿Qué… dijiste?
Julián no la miró.
—Arturo s