El amanecer los sorprendió en las afueras de la ciudad, donde las luces eran pocas y el silencio lo devoraba todo. La camioneta se detuvo frente a un viejo galpón abandonado, con las paredes cubiertas de grafitis y ventanas rotas que parecían ojos vacíos. Julián aseguró que era un buen lugar para ocultarse unas horas, y aunque nadie estaba del todo convencido, el cansancio pesaba demasiado como para discutir.
Dentro, el aire olía a óxido y humedad. Había restos de maquinaria olvidada y cajas desechas, como si alguna vez hubiera sido un centro de trabajo que el tiempo devoró. Clara se sentó en una de las cajas, respirando hondo para calmar su ansiedad, mientras Mateo la rodeaba con un brazo protector. Alejandro inspeccionaba cada rincón con desconfianza, y Emma lo seguía de cerca, observando cada gesto suyo, cada arruga en su frente que hablaba de tensión.
Fue entonces cuando un ruido los alertó. Pasos, voces. Alejandro levantó el cuchillo que siempre llevaba consigo, y Mateo desenfund